El crítico de cómic español Alvaro Pons publicó en el periódico Levante de Valencia este artículo sobre dos novelas gráficas publicadas recientemente en España, La casa de las magnolias de Flavia Biondi, y mi libro, Las cosas que ya no están.
El artículo se puede leer en línea, sin embargo se requiere suscripción. Por eso, lo transcribo en esta entrada.
La ausencia se resiste a cumplir las leyes de la física. Crea un vacío que se puede tocar, ver y oír, que lucha por evitar ser sustituido rellenando de recuerdos cada grieta por la que entran nuevas experiencias. Memorias que crean una frontera infranqueable, de duro acero refractario a esa razón que dicta que nunca volverá, sabedoras de que el miedo al dolor de la pérdida está de su lado, susurrando que ese hueco es físico, real, que solo está temporalmente guardando un espacio que retornará a quien lo dejó. Y, mientras, la espera va cimentando la ausencia como un fantasma que creemos real, como un sustituto sin alma de una realidad que no se quiere aceptar. Son muchas los vacíos que siguen ese patrón: la de la muerte, siempre inoportuna, siempre inesperada por mucho que sea anunciada.
(...) Pero esas ausencias, también, pueden nacer precisamente de ese amor que tantas veces nos han definido como eterno, como objetivo irrenunciable de la vida, como ese cúmulo de tópicos en el que al final creemos y sobre el que construimos promesas de un porvenir que nunca llegará, que se disuelve entre las manos dejando solo el espacio vacío, perfectamente marcado por las ilusiones y las expectativas, por lo que pensábamos que eran compromisos que se harían realidad. Un perfil sin nada dentro delimitado con perfección, relleno de eso que tan bien ha definido Tatee en el título de su novela gráfica, Las cosas que ya no están (Editorial Cicely). Las cosas que ya no están pueden ser tan sencillas como el calor que ya no sentimos al darnos la vuelta en la cama, o la taza que falta en el desayuno. Puede ser la decisión de qué película ver en la tele mientras se comparte una manta en el sofá o ese sentimiento de emoción al mirar a la persona que amas. Pero todas generan un vacío que pesa demasiado hasta hacerse extenuante, como la losa que intenta encerrarnos en una tumba de culpas y miedo. Tatee dibuja con silencios, con sombras, delimitando esos espacios que ya no son con juegos de luces y oscuridades en lo que se mueve con comodidad, dejando que las imágenes cuenten su historia, permitiendo que lo cotidiano vaya delineando la memoria de lo perdido, dejando aparecer otros temas que quedan esbozados en segundo plano: la enfermedad mental, la inseguridad, el trabajo, la familia... Contextos que están ahí, pero que no dejan de ser parte de un drama donde el dolor se mueve por dentro, con una angustia que imaginamos, que no se expresa explícitamente, sino que se comparte con el lector a través de momentos de conexión en los que la autora sutilmente descarga en el lector la búsqueda interior de experiencias similares.
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