
Ramona fue una
gata criolla pequeñita de pelo gris con blanco. La encontré a unas tres cuadras
de la casa de mis papás –que entonces era mi casa-, en la calle, solita, maullándole
a la gente. La alcé y la llevé conmigo. Nunca más se fue. Vivió con nosotros 14
años, la quisimos mucho y ella a nosotros también. Siempre la llamamos “Ramita”.
Ramona llegó embarazada y tuvo tres gaticas: Eleonora, Frida y Bety. Eleonora y
Frida se fueron a otras casas; aún sé de Frida, de Eleonora solo sé que se mudó
a Boyacá con su dueña hace muchos años. Desde que nació, Bety fue arisca y muy
apegada a su mamá y por eso no se fue nunca. Vivió 8 años con nosotros. Tenía
una personalidad muy particular, muy libre, muy inteligente, amorosa a su
manera.
A ambas mi mamá las enterró en el jardín de la casa. A cada una en una cajita
de cartón, envueltas en una tela. Sobre la tumba de Bety, que murió primero, mi
mamá sembró una papayuelo, y junto a ella cinco años después enterró a Ramita.
Hoy la mata ya es árbol y da frutos, cada tanto mi mamá me prepara dulce de
papayuela o cocina la fruta en tiritas par que se las ponga a las infusiones… Ramita
y Bety se volvieron un árbol y ahora viven en el jardín. Me gusta pensar que
esta es otra prueba de la metamorfosis del amor.
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